Clube Formador de FPX (Federação Portuguesa de Xadrez) - Grau 2

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17/03/2009

O Preço da paixão!

El precio de la pasión
En 2008, los padres de Alan Pichot, el mejor ajedrecista Sub 10 del país, gastaron $ 58.000 para que su hijo pudiera participar en los torneos; los desmesurados costos conspiran contra el nivel de competencia y el desarrollo de talentos.
Alan Pichot habla y piensa como un niño de diez años.
"Para mí, el ajedrez es lo mejor. El cole no me gusta; me aburre; yo quisiera estar todo el día estudiando con la compu frente al tablero." Su perspectiva del mundo es un sueño en colores, pero exclusivamente el blanco y el negro. Pasa las horas construyendo castillos en el aire. Ama el ajedrez.
Tamaña pasión le permitió al mayor talento y a la figura más carismática que a su edad posee el ajedrez vernáculo consagrarse, en 2008, campeón argentino y Panamericano y, más tarde, lograr el 5° puesto en el Mundial de Vietnam entre más de un centenar de participantes. Por entonces, Alan creía que querer y poder eran sinónimos; sus padres le enseñaron la diferencia.
Es que mamá Mariela y papá Daniel Pichot tuvieron que sacar "agua de las piedras" para reunir el año último los 58.000 pesos que les demandó acompañar los avances de su hijo frente al tablero (participación en la semifinal y final del campeonato argentino, el Panamericano, las clases particulares y torneos de entrenamiento, más el pago de tres pasajes a Vietnam). Así, cada éxito fue acompañado entre lágrimas de felicidad y de las otras, las que nacen por el dolor de la impotencia.
"Fue un año difícil para toda la familia. Los éxitos de Alan contrastaban con la realidad del ajedrez argentino. Golpeamos muchísimas puertas y, gracias al gobierno porteño y al de la provincia de San Luis, nuestro hijo pudo competir, por cierto de manera excelente, en el Mundial de Vietnam. No sé si volveríamos a hacer otra vez tamaño esfuerzo", contó la mamá de Pichot.
Es que la falta de ingenio e idoneidad de los actuales dirigentes que conducen los destinos del ajedrez argentino está provocando, acaso como nunca antes, el ensanchamiento de una brecha tan demarcada entre ricos y pobres como entre el color de los trebejos. Hoy, en la Argentina, el ajedrez no es para los que quieren, sino para los que pueden.
Ante este panorama, sólo dos entidades, la Universidad de La Punta, en San Luis, a través de su plan de ajedrez escolar (AEI), y el Círculo de Ajedrez de Villa Martelli están capacitados para asistir a sus delegaciones con todos sus gastos pagos. Ningún otro club de la Argentina podría hacerlo; por eso, el resto de los jóvenes recurre al poder político (intendentes, diputados o senadores) y medios de comunicación en busca de una ayuda económica.
Como Alan, otras jóvenes promesas, como Federico Pérez Ponsa -a quien la Secretaría de Deportes de la Nación demoró más de dos años en reintegrarle 4800 pesos por el pasaje al Mundial de 2006, pero aún le adeuda los gastos del Panamericano y Mundial de 2007-, Stephanie Amed, Nicolás Mayorga, Jorge Leal, Christian Goldwaser, Laureano Risotti, Lucas Bianchi, Maximiliano Pérez, Sebastián y Yanina Olmos, se fueron alejando de los campeonatos promocionales a causa del costo de sus inscripciones y por el bajo nivel de fuerza de sus rivales. Es que entre 2001 y 2008 los chicos fueron rehenes de un sistema que los obligó a pagar una inscripción que incluía obligatoriamente el alojamiento en determinados hoteles; por cada chico de entre 8 y 16 años que disputó una instancia clasificatoria en un punto de la geografía argentina, sus padres pagaron un promedio de $ 1600, más el gasto de los pasajes para acompañar al menor.
Ahora, tras siete años, la Federación Argentina (FADA) decidió cambiar de estrategia, en la semifinal jugada entre el 25 del mes pasado y el 2 del actual en La Cumbre (Córdoba): a los 237 participantes se les permitió alojarse en el lugar más acorde con sus bolsillos, aunque el costo de la inscripción trepó a 380 pesos. Eso sí: la generosa clasificación dispuesta -los diez mejores de cada categoría pasaron a la final- aseguró una jugosa recaudación para la siguiente etapa. Es que para la final los papás otra vez se harán cargo de la inscripción, alojamiento y viajes de sus hijos, y dado que la escuela de ajedrez de alto rendimiento que funciona en el Cenard es un espejismo -pues apenas dicta un par de clases al año-, deberán contratar a un entrenador ($ 75 la hora) para asistir técnicamente al chico si éste se clasifica para el Panamericano o logra una plaza para el Mundial.
Con la ausencia de Pichot y de otros jugadores en las distintas categorías, los nuevos príncipes del ajedrez vernáculo distarán muchísimo de ser los mejores. Por eso, no son extraños los continuos reveses en las competencias internacionales. Ya pasaron 17 años del último Mundial Juvenil ganado por un argentino, Pablo Zarnicki, en 1992, y diez desde que Diego Flores subió por última vez la bandera celeste y blanca a un podio (en el Mundial Sub 16 de Oropesa 1998).
El caso Pichot es sólo la punta del iceberg en la vapuleada realidad del ajedrez argentino. Apenas un ejemplo de las peripecias que en cualquier hogar humilde se afrontará si un niño enciende la pasión por los trebejos. El amor por el ajedrez, el precio de la pasión, tiene un costo que no sabe de sentimientos. Los golpea sin piedad.
in: La Nacion Deportiva (17/03/2009)
Um exemplo a seguir!

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